🕌 Córdoba para una influencer en prácticas (pero con arte y hambre)

Córdoba me esperaba con su sol, su historia y su tortilla de patatas legendaria.

Córdoba es una ciudad que enamora, pero yo, que soy de enamoramiento fácil, ya iba predispuesta. Y claro, pasa lo que pasa: que en cuanto puse un pie en el Bar Santos, me encontré con el típico cordobés guapísimo (de manual) que me sirvió una tortilla de patata del tamaño de mi cabeza y pensé: Mimi, ¿por qué no te mudas aquí y te dejas de tonterías? El chico casi me hace olvidar la tortilla. (Casi, porque yo tendré un corazón, pero también tengo hambre). En fin, me enamoré durante cinco minutos y luego me fui a mis cosas, que una viaja sola, pero con dignidad.

Pero bueno, pongamos orden en esta historia, porque mi viaje tuvo de todo: selfies estratégicos, cuestas traicioneras, música en el Puente Romano, compras random y un cierre simbólico que casi parece sacado de una película.

📍 Primera parada: Plaza de la Corredera y una lotería premonitoria.

Nada más llegar, antes incluso de pisar la Plaza de la Corredera, me metí en una administración de loterías escondida en un portal, de esas que parecen tocadas por la suerte. Revisé un décimo de la Primitiva (que no estaba premiado, cómo no) y compré otro, porque ya que estamos en tierras de califas, habrá que tentar a la fortuna, ¿no?.

Con el boleto en el bolso y la ilusión intacta, llegué a la Plaza de la Corredera. Me hacía mucha ilusión hacerme una foto allí, así que, con mi ingenio y falta de vergüenza, apoyé el móvil en una estatua y me saqué un selfie. Muy profesional todo.

👜 Un monedero con historia en "Las Karmelas".

De camino a la Mezquita, me encontré con una tienda con un nombre que me encantó: Las Karmelas. Entré sin intención de comprar nada, pero salí con un monedero con la cara de una cordobesa con moño y flor roja. Pura esencia andaluza. Su escaparate era todo fantasía, me tentó a entrar. Y deberíais ir. Me atendió una mujer muy maja.

🥚 Bar Santos: amor a primera vista (y primer bocado).

Aquí empieza el verdadero romance del viaje. Me metí en el Bar Santos para volver a probar su legendaria tortilla y, bueno, qué queréis que os diga: la tortilla estaba espectacular, pero el camarero... Madre mía del amor hermoso.

Lo mío fue un flechazo express, de esos que duran lo que tarda en servirme la cerveza con limón. Me vi tentada a pedirle matrimonio con la excusa de que me partiera otro pincho, pero, fiel a mi esencia, soy de las que me enamoro y luego sigo a lo mío. Después de llenar el estómago, me fui a recorrer la ciudad como buena exploradora del siglo XXI: con el móvil en mano grabándolo todo.

⛪ La Mezquita y el trueque de selfies.

Con el corazón roto (pero la barriga llena), me fui a la Mezquita. Allí, en el Patio de los Naranjos, vi a una pareja de mediana edad intentando hacerse un selfie y, como soy maja, les ofrecí hacerles la foto con la condición de que luego me hicieran una a mí. Aceptaron encantados y, gracias a ellos, tengo una fotaza espectacular con la Mezquita de fondo.

🌸 Calleja de las Flores y Calle del Pañuelo.

Ya con el estómago lleno y la mirada expectante por recordar de dónde vienen mis raíces pasé por la Calleja de las Flores donde, como era de esperar, había más turistas que flores, estaba abarrotada de chavales, pero esperé con paciencia, y al final, la calle se quedó vacía. Oportunidad de oro. Fotos y vídeos sin cabezas ajenas de por medio. Ahí estaba yo,  cámara en mano, lista para la foto perfecta.

 

Después, descubrí la Calle del Pañuelo, y eso sí que era nuevo para mí, una calle tan estrecha que se dice que mide lo mismo que un pañuelo extendido. Llevaba uno en el bolso, así que me lo saqué para la foto. Le pedí a una señora que me ayudara y conseguí una imagen que no puede ser más gráfica.

Fotón claro,  es tan estrecha que cabes sólo si te aprietas bien. Se encuentra cerca de la Mezquita-Catedral, en la Plaza de la Concha.

Al final de la calleja hay una pequeña plaza con una fuente y una decoración típica andaluza, con flores y paredes blancas. Es un lugar tranquilo y muy pintoresco, ideal para fotos y para descubrir una de esas joyas ocultas de Córdoba.

🌉 Arco del Triunfo y Puente Romano: un momento especial.

Seguí caminando como si no hubiera un mañana pasito a pasito... ya estaba pensando en cobrar entrada por mi propia ruta turística. Pasé por la Plaza del Triunfo y crucé su arco… esperando que me diera suerte. (Spoiler: sigo esperando).

Llegué al Puente Romano con intención de cruzarlo solo un poco, pero algo me hizo recorrerlo entero. Allí, una niña de unos 14 años se ofreció hacerme una foto cuando me vio peleándome con el selfie que intentaba haceme sin mucho éxito,  probablemente lo hizo por pena. Gracias, pequeña heroína anónima. Fue un detallazo. Con ese río Guadalquivir de fondo que quita to' el sentío...

Atravesar el Puente Romano fue más que un paseo; fue un acto simbólico. Cruzarlo entero fue como dejar atrás cosas del pasado y abrirme a lo que venga. Filosofía viajera nivel experta.

Allí, un músico callejero estaba tocando con su guitarra, y de repente sonó "Yo vivo a mi aire" de Morrales. Fue como si la banda sonora de mi viaje se pusiera sola. Me quedé un buen rato disfrutando del momento, sintiéndome totalmente identificada con la canción, fue un momento casi mágico...

Y aquí viene otro detalle curioso: un chico, apoyado en el puente, sin móvil (para variar), mirando el horizonte. En Madrid eso no se ve. Allí la gente sigue disfrutando del momento, y yo, que soy una romántica de las cosas simples, me quedé embobada con la escena. Córdoba va más conmigo, qué le vamos a hacer.

Al final del puente está la Torre de la Calahorra, una fortaleza que ha visto más historia que todos nosotros juntos. Me quedé un rato allí antes de dar media vuelta y seguir mi ruta. Una construcción de origen islámico que servía como defensa de la ciudad. Hoy alberga el Museo Vivo de al-Ándalus.

🔒 Bancos de los candados y reflexiones románticas.

Llegué a la zona de los candados y me senté un rato a descansar. Me gustó la idea, pero no llevaba ninguno, así que dejé la tarea para la próxima vez. No dejo de pensar que me quedó la espinita de no haber dejado uno con algún mensaje inspirador o simplemente con mi nombre. Así que nada, excusa perfecta para volver. Que no se me olvide que hay que tirar las llaves al río.

Mi foto en el banco de los candados parece un anuncio de Skechers… comodidad máxima y ni rastro de ataduras. ¡Cero candados, cero tóxicos!"

🎨 Plaza de Julio Romero de Torres y la canción de Manolo Escobar.

Paseando por Córdoba, pasé por la Plaza del Potro (donde ni hay potros ni me encontré a ningún jinete guapo. Publicidad engañosa), es  donde está el Museo de Julio Romero de Torres, uno de los pintores más icónicos de la ciudad. Y aquí fue inevitable acordarme de la canción de Manolo Escobar: "Julio Romero de Torres pintó a las mujeres morenas con los ojos de misterio y el alma llena de pena...". Yo, con mi pelo negro y mis ojos oscuros, encajo tanto en el cuadro que cada vez que vengo me preguntan de qué barrio soy.

🛍️ De tiendas por la Judería y el dilema de las castañuelas. 

Me adentré en el Barrio de la Judería, que es una auténtica maravilla. Calles estrechas, patios con macetas y tiendas con recuerdos de todo tipo. En una de esas tiendas encontré castañuelas, y como yo sé tocarlas (aunque mis antiguas castañuelas están en paradero desconocido), pensé en comprar unas. Pero claro, las que había eran pequeñas y yo, que tengo manos grandes, no me servían. Así que salí sin castañuelas, pero pensando en una libreta preciosa que ponía "Córdoba" y brillaba más que un traje de feria.

🍽️ Mercado Victoria y merienda a lo grande.

En mi ruta no podía faltar el Mercado Victoria, aunque no tenía hambre (milagro). Aun así, entré en la única cafetería de allí y me pedí un café con leche y una palmera de frutos rojos. Para no tener hambre me lo ventilé en un periquete (Investigación en curso). Pero era tan grande que la mitad tuvo que venirse conmigo en un papelito. Encima, el chico del local me dejó cargar el móvil. ¡Buena gente y buen dulce!

El Mercado Victoria me encanta por su variedad de opciones y precios asequibles. Disfruté del ambiente y luego volví a las tiendas de la Judería para la ronda de compras. Acabé comprando la libreta, medité la opción con mi café y siempre me gusta llevarme algo que me inspire a escribir. Tenía que ser mía...

✝️ Cristo de los Faroles: misión (casi) imposible y la odisea de las patatas fritas.

Quería subir hasta el Cristo de los Faroles, había cuestas infinitas y calles empedradas y traicioneras, y yo, con mi bolso y mis compras, en plan "esto parecía más fácil en mi cabeza". Me puse a pensar que iba de peregrinación... solo me faltaban el bordón y la concha. Y aún con mis Skechers, acabé con los pies pidiendo la extrema unción. A mitad de camino ya iba renegociando mi destino con mi propia sombra.

Antes de llegar, fui directa a la tienda de patatas fritas que lleva el mismo nombre, porque prioridades. Pero estaba cerrada (una tragedia), así que cambié de plan y me fui al Cristo. Allí hice mis vídeos, mis fotos, le pedí unas cositas (nada de locuras, solo lo típico: salud, dinero y que me quede el eyeliner igual en ambos ojos) y luego vuelta atrás, que las patatas seguían en mi lista de asuntos pendientes.

Al volver, la tienda seguía cerrada y empezó a chispear. Cuando por fin abrió, me di cuenta de que no aceptaban tarjeta. Drama.

Salí en busca de un cajero, el primero no funcionaba, tuve que buscar otro, y ya de paso, paré a comprarle a mi hijo unos sobres de La Liga de fútbol (se lo prometí).

Cuando volví con el dinero, el señor de la tienda me miró con cara de "lo que te ha costado madre mía", pero al final me llevé mis tres bolsas de patatas, porque después de tanto esfuerzo, eso era ya una cuestión de honor.

Todo mereció la pena, porque el sitio es precioso y la atmósfera, única.

🚆 La vuelta y el último flechazo visual. Despedida.

Ya con la lluvia apretando, decidí que era hora de ir hacia la estación. Antes, pasé por El Gato Negro, la administración de lotería donde eché mi Euromillones y mi Primitiva (nota mental: revisar si ahora soy rica).

Cuando llegó mi tren, estaba tan agotada que lo único que quería era sentarme y estirar las piernas. Pero, sorpresa, mi asiento estaba ocupado por un chico. Como había hueco de sobra, me fui a otro vagón donde no había casi nadie y me senté en un sitio con mesa, lista para poner música, relajarme y disfrutar del trayecto.

En el tren de vuelta, me tocó de refilón la vista de otro chico guapo (porque Córdoba no me dejó irme sin un último regalo visual). Pero, como siempre, Mimi a su aire.

📌 Conclusión: Córdoba, espérame siempre. 

Este viaje ha sido una reconexión conmigo misma. Me he reído, he comido de lujo, he hecho turismo, he tenido mis momentos de reflexión y hasta he fantaseado con un camarero cordobés que no lo sabe, pero ya forma parte de mi historia.

Córdoba es puro amor.

Este viaje me ha recordado lo mucho que me gusta viajar sola. Córdoba tiene ese algo especial, ese encanto que te atrapa, con su historia, su gente y su ritmo de vida. Y aunque volví con agujetas, un monedero chulísimo de Las Karmelas y una libreta muy "glow", me quedé con ganas de más.

Así que, Córdoba, no te preocupes, que nos volveremos a ver muy pronto.

Si alguna vez has dudado en viajar solo/a, hazlo. Y si puedes, que sea a Córdoba. Porque aquí se respira otra vida, otro ritmo y otra manera de disfrutar.

Y sí, lo sé, he dicho veinte veces que volveré a Córdoba… pero es que lo haré. Al final me van a poner un abono transporte y una peña con mi nombre. Aunque me conformo con un vale para mi tortilla. Espero que algún día me den mi carnet como ciudadana adoptiva.

Una canción:

🎶 El Morrales - Yo vivo a mi aire

Una película:

Carmen de Vicente Aranda.

Con localizaciones grabadas en la ciudad de Córdoba Carmen transmite un mensaje sobre los peligros del amor obsesivo y la incompatibilidad entre la pasión extrema y la libertad individual.

Una frase:

"No hay edad ni excusa para una aventura… solo ganas y un buen par de zapatillas 👟✨".