👀 La vigilante vigilada, el gran teatro de la seguridad privada

Hay gente que sueña con ser médico, salvar vidas, hacer trasplantes, descubrir curas milagrosas. Otros quieren ser bomberos, enfrentarse a incendios y rescatar gatitos de los árboles. Y luego… están los vigilantes de seguridad, los guardianes de la nada, los héroes de la silla giratoria.



Porque sí, amigos, si pensáis que la seguridad privada es un mundo de honor, responsabilidad y reconocimiento… JAJAJA, qué bonito sería vivir en esa fantasía. La realidad es que el sector de la seguridad es como una relación tóxica: te exprime, te aísla, y cuando crees que lo tienes controlado, te mete otro turno de 16 horas sin avisar.


El falso prestigio del “responsable” por unos euros más al mes.


Lo mejor de todo es la cantidad de gente que se cree que ser jefe de seguridad en X sitio es como haber llegado a la cumbre del Everest con chancletas. “Oh, mi hijo, mi marido, mi primo, mi cuñado… es RESPONSABLE de seguridad en [más adelante hablo del sitio en concreto]”. Como si eso fuera sinónimo de “ha conseguido algo en la vida”. Sujétame el café que te suelto una verdad incómoda: Lo único que ha conseguido es pasar de la puerta a la silla y aprender a firmar partes de incidencia con cara de estar solucionando una crisis mundial. Y claro que hay quien se forra. Pero a cambio de venderle el alma al Excel, dormir abrazado a los cuadrantes y vivir con el miedo constante a que un 'no' te condene al exilio profesional. Un chollo, vamos. Yo no les he visto nunca con cara de felicidad, la verdad sea dicha. Ni dentro ni fuera.


             


Y mientras tanto, sus familias, en la otra punta presumiendo del héroe que ha sacrificado TODO (y cuando digo TODO, es TODO) por el noble arte de poner un sello en un pase de acceso. ¿Merece la pena? Para algunos, sí. Para mí, ni de coña.


Familias abandonadas en nombre del plus de disponibilidad


Aquí es donde viene la parte seria disfrazada de broma. Hay vigilantes que viven para currar y curran para vivir… en el trabajo. Literalmente. Se olvidan de que tienen una familia, amigos o incluso un DNI que no pone “propiedad de la empresa de seguridad X”. La ecuación es simple: más horas = más dinero = más justificación para no estar en casa.

“Es que tengo que hacer horas extra” → No, lo que tienes es pánico a enfrentarte a tu vida familiar.

“Es que la empresa me necesita” → Jajajaja, la empresa necesita a alguien que rellene el cuadrante, no a ti en concreto.

“Es que quiero ahorrar” → Para gastarlo en un coche que no disfrutas porque siempre estás currando.




Pero ojo, no todo el mundo en seguridad es así. Muy, muy, muy poca gente — tan poca que podría hacer un grupo de WhatsApp y no necesitaría pasar de la pantalla inicial — entiende que un trabajo es un trabajo y punto. Esa rara especie de vigilantes que llega, cumple su turno, cobra su sueldo y se va a su casa sin obsesionarse con cuadrantes, rangos ni el drama interno del servicio. Esa gente existe, aunque sea más difícil de encontrar que a un jefe haciendo una ronda. 


Y luego están los que confunden el curro con su vida social, porque fuera de ahí no tienen nada. Hay quienes convierten la sala de descanso en una especie de Tinder Pringuesegur Edition, siempre con el radar encendido para ligar, encontrar pareja o, en el peor de los casos, un drama amoroso que les haga olvidar que están en un trabajo y no en un reality de Telecinco. He visto cosas que harían temblar a los guionistas de telenovelas. Con lo bonito que es que el amor surja de una amistad (verdadera, no por conveniencia), de una conversación profunda… o de un café que, con suficiente cafeína, convierte hasta a tu vecino en tu alma gemela. Soy una romántica, qué le vamos a hacer.




Siempre hay quienes hacen que todo funcione y quienes creen que su mera presencia ya es un logro. Y luego están los que, en vez de gestionar cuadrantes o resolver problemas, se piensan que están en una novela erótica de tercera. Se pasean por el trabajo con la actitud de un Christian Grey de saldo, pero con la misma experiencia en seducción que en física cuántica: ninguna. Y mientras unos sacan el trabajo adelante, ellos siguen en su mundo, creyendo que con una mirada intensa y dos frases recicladas pueden conquistar algo más que un turno extra. Total, que si fueran tan eficientes en el curro como en el postureo, esto parecería la NASA en hora punta.

Lo que estos Casanovas de oficina no sospechan es que, mientras ellos se creen los privilegiados, en realidad están en una cola del INEM sentimental donde antes que ellos han pasado unos cuantos… y después vendrán unos cuantos más. Y que quizá esa cita que se ha marcado no es porque le han elegido, sino porque las otras opciones le han dicho que no. Y ahí está él picando el anzuelo creyéndose interesante para alguien que ni le valora ni le respeta.




Ah, y ya que hemos hablado de vender el alma por un plus, hagámoslo también del famoso "plus del arma". Porque sí, si llevas revólver, cobras un poquito más. ¿Pero cuánto más? Unos míseros euros... ¿Por pasearte con un arma? Sí. ¿Por llevar un chaleco antibalas que te deja el cuerpo como si hubieras dormido en un bloque de cemento? También. Y lo mejor es que, cuando te duela tanto la espalda que necesites un fisio, el plus no te da ni para que te untes Reflex.

Y si algo he aprendido en seguridad es que, en cuanto te vas de un sitio, pasas a ser un fantasma de guardia pasada. Vamos, que si esperabas que alguien te recordara con cariño, olvídate. Esto pasa en todos los trabajos, pero en seguridad es nivel experto. Hoy eres su “colega”, su “compañero”, su “hermano de turno”, y mañana... ¿Quién eres? ¿Trabajaste aquí? Ah, sí, me suena tu cara, pero meh.


             


Por eso, mejor ser tú quien ponga la distancia. Porque luego está el que juraba ser tu amigo, tu colega de viajes y de fiesta, el que te soltaba lo de ‘da igual dónde estés, siempre contarás conmigo’… y en cuanto te vas, ni te ha visto ni te recuerda. Demasiado ocupado buscando a otra que le compre detalles con menos trámites. Qué bonito es el compañerismo, nivel oferta de supermercado. Lo que está claro es que este tipo de gente no busca amistad, busca comodidades. Que si “tráeme un bollo”, que si “hoy no has traído nada, ¿eh?”, que si “venga, que tú eres detallista”... Sí, detallista soy, pero con quien lo merece. Y lo gracioso es que tus “detalles” conmigo eran simplemente las sobras de los eventos de seguridad a los que ibas. Vamos, que si un día le regalaban una mochila con el logo de una empresa, ahí tenía mi regalo. Generosidad nivel reciclaje. Y yo, exprimiéndome el cerebro para encontrar un regalo especial, algo que tuviera significado para los dos, dejándome mi dinero y mi tiempo en ello…

Y si lo estás leyendo por alguna casualidad del destino, sin rencor, ¿eh? Solo estoy contando algo que en su momento me dolió, pero que ahora mismo me da exactamente igual. Como a ti en su día.

Y otro temazo: cuando decides irte de un sitio, porque sí, a veces el sentido común y el instinto de supervivencia ganan la batalla. En este sector hay mucho de todo, pero lo que nunca falta es gente que quiere verte fuera. Ya sea por envidias, por historias que solo existen en sus cabezas o simplemente porque no soportan ver a alguien que no esté dispuesto a vender su alma por un plus del tipo que sea, o simplemente porque eres agradable y te llevas bien con la gente. 



Yo lo he vivido todo en primera persona. Sé que había unos cuantos que no me querían ahí y que han estado esperando, frotándose las manos, a ver si cometía algún error, algún fallo, algún renuncio con el que pillarme. Pero lo siento mucho por ellos, porque trabajo bien, aunque no sea mi sector. Y al final, la que ha decidido irse he sido yo. No porque me hayan echado, que es lo que a más de uno le habría encantado, sino porque tengo claro que no pienso quedarme en un sitio donde la vida se te va entre turnos eternos y cuadrantes que cambian más que el tiempo en primavera. Ni excedencia ni leches, renuncié y punto. A una empresa que no me ha valorado, no pienso volver. Me da igual lo grande que sea, porque mis prioridades, mis valores y mi paz valen mucho más que cualquier uniforme y un par de pluses mal contados (y también mal pagados porque siempre tienes que estar reclamando "tu dinero").




Y lo más triste de todo: ver cómo algunos venden su alma por un ascenso, por ser “responsables” o simplemente por caer bien a quien hace los cuadrantes. Gente que, con tal de subir un escalón (que muchas veces ni siquiera es un ascenso real, sino más bien un cambio de silla), se entrega en cuerpo y alma a la empresa, traiciona compañeros, pisa a quien haga falta y, lo peor de todo, se cree que ha conseguido algo en la vida. Y mientras tanto, su familia en la distancia, orgullosa, creyendo que todo lo ha logrado con esfuerzo y meritocracia… qué tierno... y por otro lado los médicos salvando vidas en urgencias, qué cosas...


                                                   

Porque lo siento, pero me parece muy triste. Me parece triste ver cómo algunos dejan de ser personas normales para convertirse en robots corporativos, siempre dispuestos a hacer favores a quien les puede “colocar” en un puesto mejor. Es una pena, pero es la realidad de este mundillo. Y cuanto antes se salga de él, mejor.

Y antes de que alguien venga con el cuento de la venganza o el rencor, que se ahorre la teoría conspiranoica. Todo esto lo escribo porque mi relación con el sector de la seguridad es puramente laboral, sin dramas ni devociones. Hago mi trabajo lo mejor que puedo, pero mi vida empieza cuando me quito el uniforme y vuelvo a casa con la gente que me admira, me respeta y me valora. Hablo de mi experiencia personal, porque luego están los que sí creen en su trabajo y lo hacen lo mejor que pueden a pesar los insultos y barbaridades y vejaciones que tienen que aguantar. Para que luego las medallitas se las lleven los que están sentados en una silla intentando decidir si el próximo café será de la máquina o harán el esfuerzo de subir a la cafetería. Esto no va de cuentas pendientes, va de cerrar etapas. Porque pocas cosas hay más sanas en la vida que desahogarte, poner las cosas en su sitio y seguir adelante con la cabeza bien alta.



En resumen, sigo en terreno conocido, pero con mejores vistas. Me fui buscando algo mejor, y oye, misión cumplida. ¿Que en todas partes cuecen habas? Por supuesto, pero ahora al menos no me las sirven recalentadas con mala leche. No todo es oro lo que reluce, pero comparado con lo de antes… digamos que ahora, como mínimo no me da urticaria. Y lo más importante: he dejado de perder pelo, que con el estrés y el mobbing de ciertas almas cándidas con piel de cordero (las mosquitas muertas que presumen de estudios y al final simplemente se dedican a entregar llaves), aquello parecía una muda a lo perro en primavera. Así que sí, amigos, esto es una mejora en toda regla.

Pero ojo, que no todo es tan simple. También hay vigilantes que luchan de verdad por el sector, porque al final tienen que llevar un sueldo a su casa y no les queda otra. Algunos intentan crecer profesionalmente, otros se ven obligados a tragar por su situación personal o económica, y luego están los supervivientes, los que se comen lo que les echen y además hacen todo lo posible para ser imprescindibles. Vamos, los MacGyver de la seguridad privada, pero sin chicles ni clips para salvar el mundo.




Y lo peor es que el sector está completamente abandonado. ¿De quién es la culpa? ¿Del Ministerio del Interior? ¿De las empresas? ¿De un hechizo mal lanzado en Hogwarts? Da igual, porque llevan años olvidados y aquí seguimos, sobreviviendo en un trabajo que, lejos de mejorar, cada vez nos deja más vendidos. Eso sí, al menos nos regalan bolis en las formaciones. Algo es algo.

Y atención, porque esto solo va a ir a peor. En pocos años, se va a jubilar una cantidad enorme de vigilantes, y ya a día de hoy no hay suficiente personal para cubrirlo todo. Si ahora falta gente, imaginaos dentro de unos años… Entre los que se jubilan y los que nos queremos largar (y nos largaremos, por supuesto), esto va camino de convertirse en un sector fantasma. Pero bueno, igual entonces nos suben el sueldo... Ah, no, espera, que esto no es Finlandia, ni gobierna Papá Noel.




Trabajar en un banco muy conocido y céntrico de Madrid suena a planazo, ¿verdad? Un sitio serio, con un servicio bien montado y todo en su sitio… sobre el papel. Porque la realidad es que el servicio en sí era bueno, el problema era la fauna autóctona. Y claro, cuando el ambiente empieza a parecerse más a un patio de instituto que a un entorno profesional, toca replantearse las cosas. No fui la única que lo vio claro, porque no me fui sola: media plantilla decidió que había lugares mejores donde invertir su tiempo (y su salud mental). ¿Y sabéis qué? Donde estoy ahora, por lo menos me respetan. Que oye, tampoco era pedir tanto.

Además, siempre pasa, que desde que se implementan ciertos cambios en la gestión de los servicios, todo pasa de estar mal organizado a ser un completo desastre. Lo que antes eran problemas puntuales se convierten en el pan de cada día: decisiones sin sentido, favoritismos evidentes y una falta de profesionalidad que solo hace más difícil el trabajo. Y lo peor es que, lejos de mejorar, la situación luego continúa en caída libre. Me consta que lo que dejas atrás no solo no ha cambiado, sino que ha ido incluso a peor.

En fin, a otra cosa, mariposa...


Conclusión: salid mientras podáis.

Yo ya he abierto los ojos, y os digo desde YA que mi plan es salir de esto cuanto antes. Que sí, que algunos disfrutan del juego de poder de mover a los compañeros como si fueran fichas de ajedrez, pero yo paso. La seguridad no es más que una rueda de hamster donde te tienen dando vueltas mientras te prometen que “algún día” mejorarás tu situación. Spoiler: no lo harás.

Así que si estás pensando en meterte en seguridad, piénsalo dos veces. Y si ya estás dentro, recuerda: ningún plus de nocturnidad vale más que tu vida.

Y ahora sí que me voy a poner seria. La próxima vez que veáis a un vigilante de seguridad en una puerta, aguantando frío, calor o cualquier otra inclemencia del tiempo, por favor, recordad que no es un punto de información andante ni vuestro mayordomo ocasional. Un poco de respeto, que todos estamos aquí por lo mismo: ganarnos el pan.


                                                       


Si esto llega a ciertos oídos (y seguro que llega, porque los rumores en estos sitios corren más que un becario en su primer día), algunos pensarán: ‘Mírala, no nos olvida ja, ja, ja’. Pero, joyitas, ¿cómo os voy a olvidar con lo divinos que sois? Tranquilos, que el tiempo, ese juez implacable, os pondrá en vuestro sitio. Y cuando por fin estéis ahí, probablemente yo ya ni me acuerde de que existís. Y si aún me quedara algún recuerdo suelto, no pasa nada… porque no hay mejor cura que reírme de todos vosotros con esta terapia que acabo de marcarme.

Y ahora sí, os dejo, que bastante tuve con esquivar fantasmas a diario y aguantar a mis queridísimas reinas del drama del mercadillo con sus mechas y uñas postizas. Y oye, que en todos lados hay lo suyo, pero al menos donde estoy ahora respiro mejor… ¡y sin tanto teatro de fondo! Y mi pelo ya vuelve a brillar como antes, y todo en general, también.


Capítulo cerradoSalí sin mirar atrás… igual que del grupo de WhatsApp del trabajo.


Una canción:

Todos me miran de Gloria Trevi




Ah, aquellos tiempos en los que todos me miraban… Algunos con admiración, otros con envidia, pero al final, lo importante es que todos miraban. Y siguen mirando.

Una película:

Noche en el museo de Shawn Levy.



‘Noche en el museo’ nos muestra lo que muchos vigilantes descubren tarde: que este trabajo es cualquier cosa menos tranquilo. Y, como en la vida real, el protagonista acaba dejando el uniforme. Porque en este mundillo, los que pueden, se van. Y los que se quedan… bueno, a algunos no les queda más remedio.


Una frase:

"¿De qué le sirve a uno decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Acaso podrá salvarlo la fe?" (Santiago 2:14)

La Biblia es un libro muy interesante, de verdad. Tiene cosas que te hacen pensar. Y mira, no sé, yo lo dejo ahí… Que cada uno haga su propia reflexión.

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