🌞 Málaga non stop: sol, fotos y un souvenir con duende

Hay días en los que vives tanto que necesitas un Excel para ordenar emociones. Así fue Málaga: un viaje de ida y vuelta que me dejó como nueva y con agujetas en la cámara del móvil. Fue uno de esos días que parecen comprimidos en una cápsula de sol, risas y callejuelas con encanto. Y eso fue exactamente lo que viví (y exprimí al máximo) en mi escapada relámpago a Málaga. De esas darte un respiro, pero que te dejan la sensación de haber estado varios días. Se sintió como una escapada de película, con todos los ingredientes: churros, sol, fotos, descubrimientos y un souvenir con mucho arte.



Aterricé (literalmente y emocionalmente) en la estación de trenes. Nada más llegar a María Zambrano, el cuerpo me pidió lo que el alma ya sabía: churros. Y no unos cualquiera, no.

Pero antes de llegar, ojo al dato: pasamos por el puente del río Guadalmedina, que estaba a un tris de salirse de madre, daba miedo… pero a la vez tenía ese punto dramático y cinematográfico que convierte cualquier paseo en escena épica. Como si Málaga dijera: aquí pasa algo grande, amiga. Y yo, encantada de verlo desde primera fila. Agua por todas partes, corriente con ganas de protagonismo… ¡ni un filtro hacía falta! Grabé, fotografié y seguí rumbo churresco.




Justo antes de los churros, también hice parada exprés en el Mercado de Atarazanas. Un clásico con ambiente a tope. Lo crucé para empaparme del bullicio y del olor a mar, fruta, espetos y gente guapa. Un señor de un puesto me saludó con intención, pero yo tiré de sonrisa y pasé como buena flâneuse que soy.



Ahora sí, directa a Casa Aranda, el templo del desayuno malagueño, donde los churros son religión. Crujientes, calentitos y servidos con ese toque clásico que te hace pensar: esto va a salir bienChurros calentitos, ambiente castizo y una sensación de “así sí empieza un viaje”. Acompañados de su fantástico chocolate, of course.



Con energía renovada, tocaba pasear. Calle Larios me recibió con sus balcones ya engalanados para la Semana Santa, con esas telas características que le dan un aire aún más señorial. Fotos por aquí, paseo por allá, y de repente estaba en la Plaza de la Constitución, el Pasaje de Chinitas y luego la impresionante Catedral de Málaga. Cada rincón era una postal en potencia, y yo dispuesta a protagonizarlas todas.




Desde allí, seguí rumbo al Teatro Romano y la Alcazaba. No entré, pero desde fuera ya se aprecia el poderío histórico del lugar.




Subí unas escaleritas que me llevaron a la calle Alcazabilla, donde está el famoso letrero de “Málaga”. Sí, ese donde todo el mundo se hace la foto simulando la L. Yo me limité a posar, sin formas extrañas, pero con mucha dignidad. Aquí el sol ya pegaba con ganas, así que llegó el momento spa exprés en banco público: toallitas, tirantes y gafas de sol. Málaga, tú calientas más que mi calefacción en enero, a esa hora ya era fuego literalmente.



La ruta siguió hacia el mar, tocaba costa. Pasé por el maravilloso Parque de Málaga —precioso, lleno de vegetación— y el Palmeral de las Sorpresas, con su nombre tan de cuento y su sombra tan agradecida, que más que sorpresas regala paz.


El Muelle Uno me llevó casi de la mano hasta la Playa de la Malagueta, donde me tiré un buen rato al sol, disfrutando del momento, del paisaje… y de unas cuantas fotos que me hice con mucha dignidad y cero vergüenza (spoiler: salieron genial). 




El hambre apretó y volví al Muelle Uno para picar algo. Con el estómago feliz, seguí paseando entre tiendecitas y puestecitos. Fue ahí donde lo vi: mi imán del viaje. Una silla andaluza, flamenca, con su “Málaga” bien puesto. No tuve que pensarlo. Fue flechazo. Yo soy así: lo veo, lo sé, lo compro. Así funciono yo con los recuerdos: si me guiñan un ojo, se vienen conmigo.



De vuelta al centro aún hubo tiempo para más: pasé frente a Bodegas El Pimpi, que no podía faltar en la ruta; Casa Lola y me encontré con Las Tartas de la Madre de Cris, esa tienda de cheesecakes que arrasa en TikTok (no entré, pero la apunté para la próxima); y descubrí una tienda de camisetas con diseños únicos de la Semana Santa malagueña de varias hermandades, y me quedé con ganas de volver con tiempo para elegir alguna, de esos recuerdos que te hacen pensar en regresar sin duda alguna.

El antojo dulce me llevó, tras varias vueltas, a una cafetería-pastelería llamada La canasta, donde me pedí lo mismo que en Córdoba (las buenas costumbres no se tocan): café con leche y una palmera. Esta vez de fresa por dentro. Brutal. No hay más palabras. ¿Estaba buena? Mejor que muchos novios.



Ya con calma, y aún con tiempo por delante, fui caminando hacia la estación. Pasé por el Puente de la Esperanza, donde me hice una foto muy simbólica (guiño a la vida), seguí caminando y en ese tramo final pasó algo mágico: escuché los tambores de una cofradía ensayando. Era la Archicofradía del Paso y la Esperanza. No les vi, pero el sonido bastaba. Dando la vuelta al edificio, encontré su iglesia abierta, y dentro, la impresionante carroza con la Virgen. También había una pequeña tienda, donde me compré dos pulseras: una de la cofradía y otra de tela, de nazareno. Otro recuerdo con alma.




Y así, con el corazón lleno y el sol en los hombros, llegué de nuevo a María Zambrano, con esa mezcla entre alegría y pena que solo se tiene cuando un lugar te atrapa. Málaga, volveré. Pero mientras tanto, me llevo churros, playa, arena en los pies (y también en el bolso) procesiones, y un imán que me sonríe desde la nevera.

Málaga me abrazó con todas sus versiones: la festiva, la espiritual, la sabrosa, la fotogénica. Y sí, me fui con ganas de más.

Querida Málaga, me debes una segunda parte.



Una canción:

🎶 Manuel Carrasco - Mi Málaga la Bella.



"¡Ay, mi Málaga la bella! Cuando estoy a tu verita, a mí lo demás me sobra. Si estás tú, yo estoy perita."


Una película:

📽 El camino de los ingleses (2006) de Antonio Banderas 🎬



Un grupo de adolescentes en plena crisis existencial decide pasar el verano filosofando, besándose a ratos, y caminando mucho —demasiado— por Málaga. Todo con estética de videoclip poético y voz en off incluida. Vamos, lo que viene siendo un coming-of-age pero con acento andaluz y bastante sudor.


Una frase:

"Aprende las reglas como un profesional, para que puedas romperlas como un artista." (Pablo Picasso).



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