🎢 Las cosas que se me rompieron contigo (y las que se arreglaron cuando te fuiste).

Hay relaciones que te hacen sentir mariposas. Esta no era de esas pero yo pensaba que era bonita, valoro más una amistad duradera y fiel que una pareja con muchas trabas.


Esta era de las otras, que te hacen perder chaquetas, romper pantalones y dejarte la autoestima, en forma de vestido de un azul eléctrico precioso,  olvidada en el armario de un hotel.

Esto va de lo segundo. Y sí, con banda sonora de violines rotos. Quebrados por la agonía de alguien que sólo pensaba en sí mismo. Y seguro que sigue haciéndolo por los siglos de los siglos. Amén.


Yo tenía un amigo, ni pareja, ni derecho a nada, sólo amigos. De los que ocupan espacio sin tener una etiqueta clara. De los que despiertan algo especial, pero también —sin querer— algo torcido.

Con él me pasaba algo curioso: cada vez que viajaba a su lado, algo mío se perdía. Literalmente. Y no, no hablo solo de la paciencia.



Viaje 1: El armario del olvido.


Nos fuimos de escapada. Todo bien, todo bonito… hasta que volví a casa y me di cuenta de que me había dejado tres prendas nuevas en el armario del hotel:

Un vestido que me encantaba.

Una chaquetita vaquera por estrenar.

Y una falda preciosa que había comprado con ilusión, con esas ganas de "me van a ver divina".


¿Casualidad? Puede. Pero eran cosas que me hacían ilusión, que representaban una parte de mí que quería brillar. Y se quedaron allí. Como yo, en muchos momentos con él: olvidada en una esquina. (Y sin cartel de "recógeme, por favor").


Viaje 2: Reventón emocional (y textil).


En otro viaje —el segundo y último, gracias al cielo y a mi sentido común— se me rompió la gorra que llevaba y también la cremallera del pantalón. Un pantalón con historia, de esos que llevan años contigo y a los que le tienes cariño. Casi más que a él, si nos ponemos a contar.


¿Y qué hice? Nada. Me reí. Disimulé. Pensé: “Bah, cosas que pasan”.

Pero por dentro, algo en mí ya estaba sospechando que no era casual. Que cuando siempre se te rompen cosas al lado de alguien, es que quizá ese alguien no encaja bien en tu vida. Como los calcetines con sandalias.


Y no es que él fuera malo. No lo era.

Pero había algo en ese vínculo que me descentraba. Que me hacía estar menos atenta, menos presente. Menos yo. Más torpe. Más despistada. Más "¿pero esta soy yo o una versión beta defectuosa?"


Y ahora, con el tiempo, lo veo claro:


El universo no siempre grita, a veces suelta hilos.


Y si no escuchas, te rompe una costura. Y tú ahí, intentando coser con una grapadora emocional.


Epílogo: El golpe


Hubo otro momento que me marcó. Salía de trabajar y tuve un golpe con el coche. Nada grave, pero lo justo para quedarme parada, confundida, y pensando: “¿Pero esto qué es, un mensaje del más allá o solo mi ángel de la guarda dimitiendo?”


Y en ese instante, como tantas veces en mi vida, apareció él sin esperarlo. Otra vez. Como si tuviera un radar para detectar mis momentos vulnerables. Casualidad o persecución blanda, aún lo tengo en debate.


Salíamos de trabajar, del mismo sitio. Pero también podría haber pasado veinte segundos antes o después, y no nos habríamos cruzado. El caso es que apareció, como siempre hacía: de repente. Me preguntó si necesitaba ayuda. Le dije que no, que se fuera. Lo dije suave, pero con todo el poder de una mujer que ya ha escuchado suficientes tonterías por hoy.




Meses después quedamos por última vez. Y fue entonces cuando me dijo que había visto el golpe aquel día. Yo me quedé a cuadros. ¡¿Y por qué no me lo dijo antes?! Me habría ahorrado un buen lío con los seguros y unos cuantos cabreos internos. Pero claro él y su orgullo siempre tenían que quedar por encima de todo. Pues... 'Chao pescao'.


Pero eso no es lo importante. Lo importante es que ese golpe no lo arreglé hasta el mes pasado.

Porque yo misma me había dicho: “Hasta que no arregles este golpe, no vas a terminar de cerrar este capítulo (de mierda)”. Y lo hice. Y fue una liberación. Como cuando tiras los tuppers sin tapa o borras a alguien que no suma en tu vida. Una paz. De verdad que una paz increíble. 


Con él todo se perdía, se rompía, se torcía.

Y ahora que no está, todo se recoloca, se repara, se sana.


Ya no olvido vestidos.

Ya no se me rompen pantalones.

Y lo mejor: ya no me pierdo a mí misma,  y eso último es lo mejor. 


(Ahora solo se me rompen las uñas si intento abrir una lata sin ayuda. Pero eso, cariño, eso ya es otra historia). Al menos las mías son naturales, como mi pelo y mis pestañas, no tengo que ir a que me las pongan postizas, ni a que me inflen el pelo con mechas de colores.


Una canción:

🎶 Julieta Venegas - Me voy.




Una película:


📽 Wild - Alma salvaje (2014) de Jean-Marc Vallée 🎬





Vale, imagínate que lo has perdido todo: a tu madre, la brújula de tus emociones y hasta el sentido común (hola, autodestrucción). Y de repente, en lugar de irte un finde a desconectar a la playa (que es lo que yo hago), haces lo lógico: coges una mochila más grande que tus traumas y te lanzas a caminar sola durante tres meses por montañas, desiertos y bosques salvajes. Sin cobertura, sin aplicaciones de citas, y sin saber siquiera cómo poner una tienda de campaña. Pues eso es Wild, la historia de Cheryl, que empieza rota pero acaba entera, no porque encuentre a nadie, sino porque se encuentra a sí misma.

Una peli que te da bofetadas suaves y que te recuerda que a veces hay que perderse para volver.

“Me fui. Porque me debía el viaje. El viaje de estar conmigo, sin nadie más que me robe las vistas.” Frase inspirada en la peli. 🎥 

Una frase:

"Ten el coraje de seguir a tu corazón y tu intuición. De alguna manera, ellos ya saben en qué te quieres convertir". - Steve Jobs.

Comentarios

Entradas populares de este blog

👀 La vigilante vigilada, el gran teatro de la seguridad privada

🪞 Metamorfoseando: arrugas y canas Endgame

🕌 Córdoba para una influencer en prácticas (pero con arte y hambre)